En un marco incomparable
como es el de la ría de Vigo, se sitúa este hermoso archipiélago. En la década de
los 60 se permitió la
construcción de una torre de 70 metros de altura y más de 30
chalets.
Además la
creación de estas viviendas originó la construcción de muros de hormigón para
contener los rellenos con los que se cubrieron su zona costera convirtiendo la
isla en una artificial plataforma marina. Debajo de las
viviendas se encuentran dos yacimientos arqueológicos: un castro de la Edad del
Hierro y una necrópolis romana.
El castro,
localizado en 1913 en el extremo suroeste de la isla, fue parcialmente excavado
en 1970 por Álvarez Blázquez con motivo de la urbanización de la zona y en 1990
por Hidalgo Cuñarro en uno de los escasos solares que aún quedaban por
construir. En principio, se trata de un asentamiento esencialmente prerromano
(desde el siglo IV a.C. hasta el cambio de era).
La necrópolis,
descubierta en 1913 en la zona media de la isla, actualmente ajardinada con un
parque infantil, tiene algunos materiales (ladrillos, cerámicas, un estilete de
bronce,...) que indican que pertenece a la era romana o tardorromana. Es probable, por
tanto, que sea coetánea con el yacimiento de la punta de Toralla, constituyendo
quizás el cementerio de los habitantes de la villa. Y es que de aquella la isla
estaba unida a la costa por un brazo de tierra creado por la escasa profundidad
que había en ese punto.
En la punta de
Toralla, entre las playas de O Vao y Canido y frente a la isla de Toralla, hay
un yacimiento arqueológico, que corresponde a esa villa romana, conocido
popularmente como "Finca Mirambell" que fue objeto de estudio en la
década de los 90. La villa constituía una casa de campo con funciones
residenciales y productivas, (explotación de los recursos del campo y marinos)
cuya cronología corresponde a los siglos III-VI d.C.
Pasaron los
años y hasta el siglo XIX no se tiene constancia de la propiedad de la isla.
Hasta el año 1836 Toralla perteneció
al Monasterio de Celanova. Ese año
se produjo la desamortización de
Mendizábal, y una vez desamortizada la isla es comprada por el Marqués de Elduayen, de aquella diputado
provincial por Pontevedra. Tras la
muerte de Elduayen sus familiares deciden vender la isla a la empresa Thenaisie Provote. Esta empresa instala
una factoría de salazón de la que hoy aún se conserva la plataforma por la que
subían las gamelas para depositar el pescado.
En 1884 se crea la sociedad Cordelera
Ibérica, fábrica de cordaje que constituye la primera construcción moderna
que se produce en la isla. La industria era de las que hacían la cordelería más
larga de Europa, y llegó a tener entre sus socios al político Eugenio Montero
Ríos y al fabricante gallego Matías López.
Las naves de Cordelera Ibérica se encontraban en la finca de Mirambell,
sobre el yacimiento arqueológico y frente a la Isla de Toralla.
Aquella fábrica, que
contaba entre sus promotores a Tomás
Mirambell (catalán afincado en Vigo
y que aquí ejerció una gran labor
para la ciudad) tuvo muchísima importancia. A finales del Siglo XIX era una de
las industrias más avanzadas de la ciudad. La planta llegó a contar con 60
operarios. Algunos de ellos eran especialistas ingleses, ya que eran quienes
manejaban la maquinaria de vapor y el utillaje más avanzado, que era importado
de las Islas Británicas. Se trataba de una factoría moderna y con gran
capacidad de producción. Cabe reseñar que en 1889 recibió en la Exposición
Universal de París una medalla de oro por la calidad de sus productos. En
agosto de 1906 se publica un decreto que permite construir a Mirambell una
fábrica de conservas de salazón de pescado, que permanecería en Toralla muchos
años.
La Cordelera Ibérica tuvo que cerrar en los primeros años del Siglo XX. Su materia prima prodecía
de la Islas Filipinas. Como en 1898 España pierde la isla, la fábrica tiene que
importar la mercancía de otros países, resultando bastante más caro y haciendo
que la industria dejara de ser competitiva. Después, Toralla pasó a la familia Lameiro y en 1910 la isla es adquirida por Martín Echegaray.
Echegaray, un vigués enriquecido en Argentina,
acogió en la isla a muchos vigueses que estaban dispuestos a promover el
tranvía. Una vez instalado el tranvía en Vigo, se sabe que aceptó excursiones a
la isla por 2,50 pesetas. A la muerte de Echegaray en 1931, sus descendientes
refugiaron en la isla a algún perseguido, caso del
maestro y periodista Apolinar Torres (al que fusilarían los franquistas en
agosto de 1936) o el industrial Eugenio Fadrique. A su muerte, Martín Echegaray
tenía más de un treintena de herederos a los que la empresa Toralla S.A. puso de acuerdo para
comprar la isla en 1965.
Se construyeron entonces en
la isla numerosos chalets privados. Como sus habitantes querían acceder a sus
casas en coche se decidió vender una parcela de la isla a un precio elevadísimo
para poder sufragar la construcción de un puente.
Para conseguir grandes beneficios del terreno
comprado, se construyó una enorme torre
de 70 metros cuya autoría correspondió al gran arquitecto Xosé Bar Bóo. A pesar de las críticas
que haya podido sufrir el arquitecto, a su favor se debe decir que decidió
asumir el proyecto porque otro alternativo habría constituído una mayor
pantalla. Aun así, al final terminó mal con los promotores de aquella obra.
La empresa
además consiguió una concesión de la isla de 99 años. Al principio la isla era
de uso privado pero una sentencia del Tribunal Supremo dio la razón al
Ayuntamiento de Vigo y permitió que los ciudadanos pudieran acceder a las
playas.
Hoy la isla que
ocupa 5 hectáreas, está dividida en una zona pública y otra privada. La parte
pública la forma la playa de arena fina de 200 metros de largo por 20 de ancho.
El resto es todo propiedad privada: viviendas y un parque que ocupa un tercio
de la isla.
Además de la torre Bar Bóo
también fue el autor de algunos de los chalets que pueblan la isla.