Como casi todos
los vigueses, las pasadas Navidades las pasé junto a mi familia. Después de la
cena de Nochebuena, ya terminados los postres, tenemos por costumbre ver una
película todos juntos en el salón. Este año la película elegida fue la italiana
"Cinema Paradiso".
Para todo aquel
que le guste un poquito el cine y no haya visto esta magnífica cinta de
Giuseppe Tornatore, le recomiendo su visionado encarecidamente, ya que la película
es un hermoso y entrañable homenaje al séptimo arte.
Quien tenga la intención de
seguir mi consejo y decida verla en los próximos días, le sugiero que deje de
leer; que detenga aquí su lectura, ya que en este artículo me dispongo a
revelar partes muy importantes de la trama.
Todo el mundo está avisado.
Cinema Paradiso
narra la preciosa relación que se forja entre un niño apasionado por el séptimo
arte y un viejo y entrañanle operador de cine de un pequeño pueblecito
italiano.
Sin embargo, el
auténtico protagonista de la cinta es el omnipresente Cine Paraíso, que a lo
largo de sus años de vida se convierte en el elemento de unión de todos los
habitantes del pequeño pueblo.
Dentro de sus paredes, los
habitantes del pueblo viven mil experiencias. Ríen, lloran, se emocionan,
comparten su alegría, se enfadan, discuten, se enamoran,... el cine, sin que lo
sepan, se convierte en una parte más de sus vidas. El cine se convierte en
testigo de las innumerables vivencias que acompañarán a los habitantes para
siempre.
Esta unión,
esta identificación con un edificio, es muy frecuente en inmuebles de este
estilo, ya que se trata de edificios que van más allá de su función para
convertirse en símbolos de generaciones enteras. Generaciones para los que
estos inmuebles representan parte de sus vidas, trocitos de su memoria.
Todos estos
recuerdos, que muchos de estos edificios llevan asociados para muchas personas,
hacen que, más allá de su valor arquitectónico, tengan un poderoso valor
patrimonial. Son edificios que pasan a formar parte de la identidad del pueblo
o ciudad, que dotan de personalidad a las ciudades.
De vuelta a la
película, como sucede en la vida real, los años pasan y el cine va teniendo
cada vez menos espectadores. Poco a poco va muriendo de forma agónica y,
finalmente, el cine es comprado por el Ayuntamiento con el objetivo de
construir en su parcela un moderno aparcamiento. Pero para ello y para tristeza
de los habitantes más ancianos del pueblo, el cine es demolido.
El
protagonista, minutos antes de la demolición, entra en el edificio y la
experiencia le traslada al pasado, a sus años de infancia y adolescencia.
Paseando entre sus paredes, observando su sala, subiendo sus escaleras, los
recuerdos le asaltan y se emociona al echar la vista atrás y rememorar todos
los maravillosos momentos vividos en su interior.
La pintoresca y bella plaza
donde se asienta el cine que vemos al principio de la película deja lugar a una
plaza invadida por los vehículos, atestada de carteles de publicidad y con la
cada vez más amenazante sombra del cemento. ¿Os suena?
Ahora que
parece que la conservación de la Panificadora parece que va por buen camino, no
está de más recordar (por si acaso) a esos edificios que formaron parte de la
historia de la ciudad, que significaron momentos inolvidables para muchos
vigueses y que por desgracia han desaparecido.